lunes, 26 de octubre de 2009

En el bosque

Me levanté de la cama temprano, estaba nerviosa y tenía miedo de llegar tarde; saldría con mis compañeros del colegio en autobús hacia el bosque de excursión. Nunca me suelo despertar cuando me llama el ruidoso y molesto despertador, pero hoy, era un día especial.
Me vestí y me preparé un apetitoso bocadillo de jamón que luego metí en mi pequeña mochila.
Llegué a la puerta del colegio más temprano que nunca y… ¡allí estaba el magnífico autobús que nos llevaría al bosque de alcornoques.
Me acomodé en uno de los primeros asientos junto con mi mejor amiga y esperé a que el vehículo se pusiera en marcha.
Cuando llegamos a nuestro destino, la inmensa mayoría de alumnos corrieron hacia la puerta como abejas a por miel, y se sentaban o tumbaban en la cama de doradas hojas que cubría la superficie de tierra. Yo fui de las últimas en salir, pero no me importó puesto que los profesores nos dejaron un tiempo libre.
Me senté junto a un árbol con la espalda apoyada en su tronco, cerré los ojos y disfruté del momento. Se oía un murmullo del grupo escolar, pero como estaba alejada, no les presté atención. Se escuchaban los pajarillos como si los tuviera en mi propio hombro, las hojas del gran árbol caían sobre mi liso cabello, y se podía oír como el río acariciaba las rocas a lo lejos.
Estuve así durante largo rato, y de repente, noté algo en mi cabeza que me dejó aturdida. Abrí los ojos y observé como una linda cabecilla color rojizo se apoyaba en mi flequillo. Las orejitas eran menudas, sus ojos negros como carbón y una naricita asomaba encima de su vecina la boca. Bajó con su enorme cola por mi brazo hasta llegar a mis rodillas que estaban relajadas sobre el manto de hojas.
La observé con atención, y luego, no se como, me di cuenta de que ya no se oía ni el motor del autobús, ni los chillidos de los niños.
Cogí al animalillo con mis manos y me acerqué al lugar donde había estado el grupo.
No había nadie.
No tuve sorpresa en mi rostro, pero si sentía un poco de miedo. Volví a por mi mochila y me puse mi chaqueta blanca con estrellas azules.
Recorrí un trocito de bosque con la ardilla todavía en la mano buscando ayuda. Al cabo de un buen rato, la ardilla descendió rápidamente de mi mano y se fue corriendo hacia una dirección un tanto extraña. Fui corriendo tras ella hasta que vi una tienda de campaña. Por fin la ardilla cesó de correr y me miró. Yo comprendí y le di las gracias en mi mente. Me acerqué más a la tienda, pero observé que no era sólo una, eran una docena más. Detecté una figura humana, y me di cuenta de que era mi amiga, que estaba sentada junto al fuego comiendo un bocadillo.
Sonreí.

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